Manuel Albela. De Ferrol a Kenia
Dedica su trabajo y su tiempo a ayudar a los demás. Ha estado en Colombia, México, en la frontera de Turquía, en Siria y ahora en Kenia. Es Manuel Albela, informático de profesión, que se ha unido a Médicos sin Fronteras para “poder hacer llegar a los que me rodean lo que veo en el terreno, eso significa alzar la voz por los que no la tienen”, explica.
Su frustración “al ver los problemas que afectan a los más desfavorecidos y el no estar haciendo nada por ayudar” le llevó a interesarse por el mundo del voluntariado. Después de algunos años vinculado con la cooperación llegó a Médicos sin Fronteras: “casi sin darme cuenta estaba ya en el avión de camino a Colombia para afrontar mi primera misión”, recuerda. Antes había pasado un año en Guatemala trabajando con la Agencia Española de Cooperación para el Desarrollo a través de una beca y casi dos años en Bruselas en un centro de investigación focalizado en emergencias humanitarias.
En Colombia fue el responsable de la logística: “entre mis responsabilidades estaban las comunicaciones, la seguridad, el aprovisionamiento o el mantenimiento de la cadena de frío para las vacunas y medicamentos”, cuenta. Es el poder estar en el terreno lo que te hace ver una realidad distinta a la que imaginas, explica Manuel, “te das cuenta de todo lo que hay detrás de las noticias que nos llegan a Europa y de que la historia, la de las personas que sufren, es muy diferente. Te encuentras con personas vulnerables pero que han desarrollado una capacidad de supervivencia que les ha permitido adaptarse a unas circunstancias muy duras”.
Asegura que afronta todas las misiones como si fuesen la primera. Con una experiencia y bagaje ya a sus espaldas, Manuel confiesa que “si te quedas estancado en las experiencias pasadas y no tienes la humildad de adaptarte a los nuevos contextos y circunstancias, nunca vas a poder sacar todo el partido de tu esfuerzo y hacer tu trabajo de la mejor forma posible”.
Son muchos los profesionales que se juegan la vida para ayudar a los demás. Le preguntamos a Manuel por los riesgos y asegura que “para MSF la seguridad de los equipos siempre está por delante de todo lo demás”. Nos cuenta que cuando deciden dónde van a trabajar no lo hacen por el impacto que su trabajo vaya a tener en la opinión pública: “nuestras decisiones están basadas en las necesidades que observamos en el terreno, sin mirar ninguna agenda política”, explica. Le preguntamos también por la repercusión que ha tenido la emergencia de Ébola y asegura que “desde que llegaron los primeros casos a España y Estados Unidos, la emergencia tomó un peligroso aspecto político y sensacionalista que está afectando el trabajo que se está haciendo en el terreno. Pero, en estos momentos también hay situaciones muy complejas en países como la República Centroafricana, Sudán, República Democrática del Congo o Siria (y sus países vecinos) que no tienen la misma cobertura mediática”, lamenta.
Ahora Manuel está en el sur de Kenia, muy cerca de la frontera con Tanzania, en la región de Kwale. Allí coordina un proyecto en el que trabajan con las comunidades más aisladas de la zona para tratar de reducir la mortalidad por enfermedades febriles como la malaria. “El enfoque del proyecto es el de tratar de reforzar el sistema de salud comunitario para que sean ellos mismos los que identifiquen los casos más graves y puedan referirlos a las estructuras sanitarias que correspondan. Para mí es una nueva experiencia porque estamos abriendo el proyecto y tiene un componente muy importante de investigación operacional, lo que significa que lo que hagamos aquí podría ser replicado en otros proyectos de MSF”, cuenta.
La morriña le acompaña allí donde va. Asegura que la parte más dura de su trabajo es el estar lejos de su familia y de su pareja: “sin su apoyo, comprensión y paciencia no creo que hubiese podido llegar ni hasta la puerta de mi casa”. Para sentirse un poco más cerca de los suyos nos cuenta que siempre lleva un álbum de fotos de su familia y amigos, “aunque parezca mentira esto me hace sentir un poco más en casa allá donde esté”.
Ha dedicado ya parte de su vida a la ayuda humanitaria y aunque desea que su trabajo, y el de Médicos sin Fronteras, no fuese necesario, reconoce que ese momento no ha llegado todavía y que seguirán trabajando con todo su empeño para ayudar a las personas que más sufren.